sábado, 27 de junio de 2009

Música del siglo

Sinfonía idiota

Y sucedió que la Idiotez descendió a su foro de idiotas;
tropezando en su descenso con cuanto se interponía,
imprecando idiotamente sentóse ante la feligresía
que babeaba o reía sin sentido.
Desde allí, satisfecha, comprobó una marea humana
compacta,
desmesurada,
idiota, la comprobó.
Y ante su presencia aullaron
y comenzaron a darse golpes,
a decir: yo, yo, yo;
a comer sus excrementos.
Y la Idiotez amaba a sus hijos
y éstos golpeaban sus cabezas contra las gradas.
Y todos estaban dispuestos en orden de importancia.
Los idiotas de primer orden,
los de segundo orden
y así hasta el idiota último que nunca nada entiende.
Los más importantes idiotas
daban órdenes estúpidas
a sus lacayos de alma de ratón,
de ojos acuosos,
de corazones con pústulas
quienes ordenaban a su vez a otros y esos otros a otros.
Y todo era una larga cadena de idiotas
hasta el idiota último que nunca nada entiende
pero babea mejor.
He ahí que la idiotez llamó a silencio,
cosa imbécil pues el silencio no es probable
ante lo que es sordo,
torpe,
idiota.
Se escuchaba el caer de baba,
murmullos,
risitas,
cosa que la Idiotez consideró silencio
y ante la cual dijo:
"Hijos míos,
reunidos estamos..."
y no pudo seguir pues los idiotas de órdenes menores
(los más numerosos)
prorrumpieron en emocionados aplausos
y cánticos de alabanza
menos el idiota último que nada entendía
e intentaba asir su ombligo retratado en las pupilas.
Calmado el auditorio mediante gases y otras maniobras represivas
continuó el discurso interrumpido:
"Decía, hijos míos, que reunidos estamos
en gracia de hacer de esta fuerza..."
Allí mismo los órdenes medios
manifestaron entusiasmados su acuerdo en desacuerdo
gritando: revolución sí, burguesía también;
escupiendo hacia arriba,
orinando hacia abajo.
Fue preciso más de una promesa,
coser sus bolsillos,
darles coberturas sociales, jubilaciones
para calmar los ánimos exaltados de los medios,
reanudando así la Idiotez nuevamente su alocución:
"Estamos reunidos en gracia de hacer de nuestra comunión
la más increíble, única verdad
que gobierne el universo por los siglos de los siglos
y ante la cual caigan doblegados aquellos que se resistan a tamaña fuerza y clero"
nuevamente vióse interrumpida
esta vez por los órdenes mayores
a saber: presidentes, ministros, religiosos, empresarios,
zares de la información, "prestigiosos" académicos,
intelectuales a lo octavio paz;
quienes se disputaban el honor de hacer de la Idiotez
un reinado perenne y poderoso.
Tan afanados estaban que hubo discursos y amenazas,
nombres de santos invocados contra otros santos
así como dioses alzados contra otros dioses
y economías cercadas por bloqueos económicos.
Y la Idiotez amaba a sus hijos.
Viendo entonces que en ellos se habían enquistado el orgullo y el odio
dispuso su vara
(que mide todo según la consecuencia subjetiva
haciendo culpable del error a cuanto es ajeno o contrario);
vistió de gala a sus imbéciles acólitos
dando comienzo a la sinfonía más aterradora,
más siniestra,
más estúpida que se haya visto jamás.
Y dijo: Salgan de los instrumentos de cuerda sonidos peores que el llanto.
Salgan ayes, blasfemias, imprecaciones
y una malsana estupidez que impida razonar;
y sean estos instrumentos los órdenes bajos.
Y la Idiotez ordenó a la ignorancia que pulsara esos desviados instrumentos.
Ha de ser el sonido de percusión con estruendo de bombas,
con cucharas golpeando los platos del hambre,
con traqueteos de fusiles automáticos
y todo sonido que destruya,
mutile,
mate;
comanden estos instrumentos los órdenes altos de los órdenes medios.
y los generales babeaban pensando en laureles y honores,
sacerdotes comulgaron vehículos computarizados
y los funcionarios invocaban patriotismo;
ordenando a la codicia que los golpeara incesantemente, la Idiotez bailaba.
y salga de los instrumentos de viento pedorretas a la razón,
flatos de odio,
silbos de muerte.
Y la soberbia dirigía los vientos.
Coros de imbéciles desafinaban grotescamente.
El último idiota seguía sin entender como arrancarle sonidos
al inútil pandero que aprisionaban sus manos.
Y la tierra se cubrió con aquellos deformes compases.
Todo moría ante la sinfonía de los idiotas.
Y la idiotez amaba sus instrumentos.

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